-Están todos listos-la voz de Amy me sacó de mi pequeño estado de trance-Vámonos antes de que alguien nos vea.
Me limité a responder con la cabeza, intentando aclarar todas las ideas que de repente se agolpaban en mi mente. Seguía sin saber realmente si aquella era una buena idea, pero ya era demasiado tarde. Los niños estaban ya vestidos, aún adormilados, susurrando entre ellos. Los años de aislamiento en la maldita montaña les había convertido en seres introvertidos y distantes, y sus miradas no estaban llenas de alegría como la de la mayoría de los infantes, sus ojos estaban llenos de una profunda desesperanza que inundaba de infelicidad todos sus rostros. Intenté concentrarme
-No podemos salir por el camino corto que lleva a la ciudad, somos demasiados para pasar desapercibido. Atravesar el bosque y recorrer los caminos del Este es la opción más viable, aunque tardaremos unos días en llegar a cualquier ciudad de fuera del valle. Si no queremos que nos encuentre nadie, tendremos que salir de Smacchia lo antes posible-analicé la situación, pero cada alternativa era peor que la anterior.
-Aiden, para cuando queramos llegar al bosque ya se habrá hecho de noche, y tendremos que atravesarlo a oscuras. ¿Te parece una buena idea con tantos niños?-la voz de Amy estaba repleta de terror.
-¿Tienes miedo por ellos o por ti? Es la única opción que tenemos, de cualquier forma, tendríamos que volver a la Casa. Y si las cosas ya son suficientemente duras por las buenas, imagínate por las malas.
No volvió a decir nada, pero temblaba por dentro. Después de tanto tiempo, había aprendido a leer cada uno de sus gestos, cada una de sus miradas. Podía notar la desesperación en sus ojos, sus ganas de huir, de volar lejos de aquella alejada cárcel de paredes de madera. Si Amy quería irse… yo también tenía que irme. Al fin y al cabo, ella era mi única familia.
El sol empezaba a iluminar por completo la casa. Un ruido nos alertó de que los dueños habían despertado. En la cara de todos se dibujó la misma mueca, y salimos corriendo, lo más rápido posible, intentando no mirar atrás, por temor a sentir remordimientos al ver aquella casa arder.
-Saca a los niños, cierra todas las puertas con llave, y prende la casa. Si vamos a huir de aquí es para no volver. Ellos tienen que pagar por lo que han hecho. Nos salvaron una vez, pero han estado utilizándonos durante más de ocho años. No lo volverán a hacer. No les podemos permitir-Amy dudó un momento ante mis palabras, pero cogió las cerillas.
Todavía esas palabras retumbaban en mi cabeza.
Aquel inmenso bosque bañaba la ladera de la montaña y la parte trasera del valle, cubriendo todo el terreno de un intenso color parduzco. Las hojas muertas desfilaban en el suelo, en una especie de procesión guiada por la letanía del viento. Llevábamos varias horas corriendo sin parar, teníamos que evitar que la montaña se llenase de guardias cuando viesen el humo del incendio.
-Hicimos bien en coger el camino del bosque. Se puede escuchar a los guardias inspeccionando la zona. Van a estar un par de días por aquí, y si no atravesamos el bosque rápido nos encontrarán. Tenemos que seguir corriendo, Amy, avisa a los niños. Con un poco de suerte, podremos estar en la otra punta del valle al amanecer.
-Aiden, no pueden más. Y se pueden oír a los perros. Si los sueltan, estamos perdidos, en el momento en que entren en el bosque nos encontrarán. Y hemos quemado a ciudadanos smacchianos vivos, no creo que el castigo sea precisamente leve-Amy sollozó las palabras, derrumbándose. El cansancio la estaba matando desde dentro.
-No podrán encontrarnos si nos dividimos. Se confundirán antes de poder llegar a cualquiera de los grupos. Llévate a la mitad de los niños, y no os detengáis. Tomad.
Cogí de la mochila en la que llevaba las provisiones una bengala. Se la coloqué en la mano, y con solo una mirada, Amy entendió a la perfección el mensaje.
-Nos encontraremos en el puerto del cabo, por la mañana. Si no os detenéis, os dará tiempo a descansar antes de llegar, pero no lo hagáis en el bosque. Tened mucho cuidado, y recuerda, si estás en peligro, usa la bengala, e iré allí-cogí un palo afilado del suelo-No dejaré que os pase nada, a ninguno de vosotros.
Los brazos de Amy me rodearon un segundo, antes de que el bosque engullese su figura entre la densa bruma que viajaba alrededor de los árboles. Sentí, solo un instante, su respiración, mezclándose con la mía. Sus ojos, desvistiendo cada centímetro de mi piel, y el calor de su cuerpo. Como una exhalación, desapareció. Y toda mi vida con ella.
La entrada del bosque me observaba, desafiante. Los niños se apilaron, unidos de las manos, con la intención de no separarse. El ruido de los guardias era cada vez más cercano, incluso los ladridos de los perros se oían apenas a unos metros. Nos adentramos en aquella maraña de sombras y ramas, y antes de desaparecer en las tinieblas, recé para que todo aquello sirviese para algo.
Cada paso que dábamos retumbaba en la tierra. El crujir de las ramas bajo nuestros pies seguía un complicado ritmo, que se elevaba entre los árboles. En el silencio de la noche, todos los sonidos se amplificaban. Incluso era capaz de distinguir cual era el sonido de nuestros pasos, y cual el del grupo de Amy. Todo iba según lo planeado. Todo estaba en calma.
En medio de aquella enorme planicie arbolada, el frío empezaba a extenderse como una epidemia. Algunas hojas estaban empezando a recubrirse de una fina escarcha invisible. Los niños tiritaban, el viento atravesaba sus pieles violentamente, sin contemplaciones. El aire gélido y el cansancio deberían estar destruyendo sus pulmones, como lo hacían con los míos. Pero de repente, todo aquello pareció perder significado.
Una serie de violentos ladridos atravesaron la tranquila atmósfera. El ruido de aquellos caninos llegó hasta mi en un abrir y cerrar de ojos. Los pequeños parecieron no detectarlo, y estábamos llegando ya a la salida del bosque. No se daban cuenta del peligro que corrían, pero yo sí, y tenía que remediarlo. Cogí a uno de los mayores y lo aparte del resto.
-En mi mochila está todo lo que necesitáis para poder encontraros con los demás. Hay un mapa, salid del bosque, id hacia el sur y llegaréis en unas pocas horas al puerto. No os detengáis, pase lo que pase, y no dejes que ninguno se atreva a volver al bosque. Y evita que hagan ruido. Tened cuidado, no me puedo permitir que os pase algo.
Salieron corriendo, guiados por aquel pequeño con aires de héroe, y desaparecieron a los poco metros. El ambiente era cada vez más denso. Busqué a tientas en aquella profunda oscuridad un palo afilado, y corrí en la dirección del sonido de los ladridos. Tantos años en aquella montaña había agilizado todos mis sentidos hasta un grado muy superior al humano.
Poco después, pude ver cómo el aire se llenaba de chispas de colores, cómo los ladridos se acercaban más hacia el centro del bosque, hacia los demás niños… hacia Amy. Apreté el paso, recorriendo cada metro de aquel laberinto lo más deprisa posible. No, esos perros no llegarían antes, no podían hacerle nada a ella. No les dejaría.
Las huellas de la bengala se iban borrando del aire. Oía más cerca a los perros, pero aún no estaban cerca. Tampoco conseguía oír los pasos de los demás. Debían haberse detenido. Maldije en silencio mi mala suerte e intenté seguir los últimos restos que quedaban de las señales de Amy. Pero todo volvía a estar sumergido en la penumbra, entre las sombras.
Mis ojos se habían acostumbrado al resplandor de aquel relámpago de luz, y ahora, volvía a sentirme perdido entre la noche. Los ladridos cada vez eran más intensos, acercándose a la zona en la que Amy había disparado la bengala. Rugían con furia, depredadores en medio de aquel enorme campo. Pero entonces, con la rapidez con la que aparecieron aquellos terribles aullidos, desaparecieron. Sus voces salvajes se extinguieron, y el bosque volvió a quedar en penumbra.
Corrí unos metros más, hasta encontrarme con el cuerpo tembloroso de Amy, tendido en el suelo, protegiendo a los demás niños detrás de ella. Apenas podía respirar, e intentaba no hacer ruido, tapándose la boca con las manos. Los niños la imitaban. No entendía aquella situación, hasta que deslicé mis ojos un metro más allá.
Se podía escuchar un pequeño quejido, casi imperceptible, incluso en aquel silencio. Los tres cuerpos de los perros, yacían en el sucio y grisáceo suelo cubierto de hojas. Había algo allí. Algo que había derribado a aquellas bestias gigantescas y que ahora… se deslizaba por encima de ellas devorando cada centímetro de su carne.
Cada uno de mis huesos se quedó petrificado. Mi respiración se condensó en el aire, y, por un momento me quedé bloqueado. No podía distinguir bien a aquel ser, no era más que una sombra, que iba tomando forma según absorbía los cuerpos de los tres perros. Se retorcía sombríamente, disfrutando de aquel banquete sangriento.
-Amy, coge a los niños, y corre. No mires atrás. Corre y no paréis. Levántate con cuidado-intenté hacer el menor ruido posible-Sigue ese camino y saldréis del bosque, tenéis que ir rápido. Corre.
Amy intentó moverse, pero no pudo evitar pisar una rama caída en el suelo. Las hojas amortiguaron el sonido. Los niños la imitaron en silencio, y con cuidado, salieron sin hacer ruido de aquella terrible escena. Aquel demonio se quedó delante mía, devorando aún al segundo perro. Parecía disfrutar de esa sensación de poder, y seguía tomando forma a cada bocado. Intenté desplazarme, y mi pie tropezó con algo blando y suave. Giré la cabeza, y contemplé un pequeño osito de peluche, cosido a mano. Centelleaba en aquella oscuridad, completamente blanco. Lo recogí con cuidado, olvidándome por un momento de aquella situación.
-¿Puedes devolvérmelo, por favor?-una vocecita inocente desgarró el aire, se dirigía a mí, tierna, incorrupta, a unos metros de distancia. Quise morirme en aquel momento, y recé para que aquella bestia no hubiese escuchado al pequeño.
Uno de los niños se había escapado, y ahora estaba allí, delante de mí, pidiéndome que le devolviese su juguete. Aquella bestia, en cuestión de segundos, vio interrumpida su jugosa cena al encontrar un pequeño postre todavía más delicioso. Se dobló sobre sí misma, y se arrastró entre la noche, bailando en el aire entre macabras piruetas. Quise despertar de aquella terrible pesadilla, pero todo era demasiado real como para ser inventado. El frío, el crepitar del aire al ser atravesado por aquella masa informe que se deslizaba en el aire…
En un abrir y cerrar de ojos, aquella cosa me miró a los ojos. Era una cara completamente deformada, que se agitaba con violencia. Entonces, una especie de colmillos se desplegaron, brillando bajo la luz de la luna, y clavándose en la suave piel de aquel niño. El peluche se me escapó de las manos, al contemplar aquella terrible escena.
La sombra había desaparecido. Retrocedí unos pasos, al ver cómo de los agujeros que había horadado aquel ser en el cuello del pequeño salía un denso líquido plateado. Me dio la sensación de que su cuerpo vibraba inconteniblemente. Ahora, aquella cosa estaba dentro de él. Y yo no podía tener más miedo.
Las pupilas del niño se dilataron hasta abarcar toda la superficie del ojo. Su mirada se clavó en mí, y con una grotesca mueca deformó su cara. La sombra iba tomando forma dentro de aquel pequeño recipiente. La piel en torno al cuello iba ensombreciéndose, y se extendía por todo el cuerpo. El líquido plateado seguía chorreando por todo el cuerpo. Cada segundo, iba haciéndose más grande, desgarrando la carne del niño, adaptándose a su forma. Pequeñas hileras doradas, como si de venas se tratasen, recorrían el cuerpo de aquel monstruo.
No hice nada. Estaba paralizado. Mi cuerpo era inservible. Quería correr, o clavarle el débil palo que sostenía en mi mano izquierda en su cuerpo negruzco. Pero no pude moverme. Y la bestia se iba acercando a mí, lentamente. Disfrutaba su posición de superioridad. De sus manos surgió una fina hoja hecha de un metal brillante, relampagueante en la oscuridad. Parecía afilada. Muy afilada. Pero antes de poder darme cuenta de cómo esa terrible espada cortaba mi piel, sentí un certero golpe en la cabeza.
Despierto. Veo fuego a mi alrededor. Intento moverme pero estoy atado. Cada una de mis terminaciones nerviosas está infectada por el pánico. Al contacto con las cuerdas que me sujetan, mi cuerpo se resiente. Siento un dolor agudo, en el vientre, y observo cómo pequeñas rojas procedentes de mi cuerpo inundan las sogas que me mantienen prisionero. El tajo es limpio, y sangra lo suficiente como para hacer de mi muerte algo largo y doloroso. De fondo, se escucha una multitud de voces gritando, graves y siniestras.
-¡Hermanos!-una voz cavernosa grita unos pasos por detrás-Hoy los dioses nos bendicen con estos suculentos sacrificios. Observad cómo sus almas perturbadas se retuercen en su interior. Cómo luchan por permanecer en sus débiles corazas de carne. Observad su dolor.
Pude reconocer la sombra de la bestia que había devorado a los perros y al niño, caminando a mi alrededor, y el de otra persona. Rogué, rogué con todas mis fuerzas que no fuese ella. Desde mi posición no podía ver prácticamente nada, más que el cielo negro y el fuego a derecha e izquierda.
-¿Podéis oler eso, hermanos? Son sus sentimientos. Hay pánico, hay ira…¡Oh, vaya, qué agradable sorpresa¡ ¿Es eso lo que creo? Sí, es una mezcla de respeto, admiración, cariño. Ah, ya no recordaba esa sensación. Pero…¿por qué no descubrirle a nuestro invitado esa verdad tan deliciosamente cruel que intenta negar.
Con la hoja con la que me había cortado, segó las cuerdas que me mantenían inmóvil. Volví a intentar desplazarme, pero me vi impedido.
-Tranquilo, joven. Tu cuerpo está siendo recorrido por una toxina que no te dejará moverte durante unos minutos más. Seguirás tendido en nuestro altar durante un breve tiempo. Pero antes, déjame enseñarte…
Sus frías garras entraron en contacto con mi piel, y me ayudaron a descubrir la terrible verdad. Amy, cubierta de heridas, sangre y sogas, tendida en el otro altar. Y un montón de sombras, informes, chillando siniestros cánticos que no lograba entender. Las manos dejaron de sujetarme, y me golpeé contra el duro mármol del altar.
-Los humanos son incapaces de percibir el sabor de sus sentimientos. Y es más que obvio que este pequeño siente cosas realmente fuertes, y dulces, por la joven de allí. Hermanos, ¿qué creéis que pasará cuando él sea testigo de la muerte de su compañera?
Solo pasaron dos segundos, pero me parecieron horas. Intenté moverme, fracasando en mi empeño, y observando con furia como la hoja se deslizaba suavemente por el cuello de Amy, sin llegar a tocarla. En la difusa cara de aquella figura, parecía dibujarse una sonrisa taimada.
Y, todo acabó en un instante. Una milésima de segundo, para que el acero entrase en contacto con la yugular de Amy, bañando las sogas de escarlata. Lágrimas ardientes inundaron mi cuerpo, herido, mutilado. Un puñal descansaba a los pies del altar, y pude sentir cómo los dedos de mis pies empezaban a reaccionar.
En un momento de ira, recogí con rapidez el puñal e intenté atravesar la carne negra del monstruo.
-¡Observad su furia, hermanos! ¡Alimentaos de ella!-gritaba, eufórico, mientras el líquido plateado volvía a brotar de su cuerpo. Con una mano, recogió todo lo que pudo, y las sombras de alrededor se fueron alimentando de aquella materia. Volví a intentar herirle, pero los resultados eran los mismos. Nada. Parecía inmutable. El cuerpo de Amy, sin vida, yacía a un lado, todavía caliente. Su rostro puro, estaba repleto de pequeñas lágrimas que habían limpiado la sangre de las heridas de la cara. Me descuidé, y él aprovechó para clavarme la hoja en el brazo.
Sentí cómo la hendidura que había creado en mi piel ardía, hirviendo toda la sangre que atravesaba mis vasos sanguíneos. Caí al suelo, y aquella macabra multitud empezó a gritar, celebrándolo.
-¡He aquí el poder humano! ¡Esto es lo que les haremos a todos y cada uno de ellos, hasta que se dobleguen ante nuestros pies! ¡Su sangre bañará nuestras armaduras, sus espadas serán su perdición! ¡Nada podrá detenernos!
Por fin pude ver en todo su esplendor a todas las sombras que se reunían alrededor del fuego. Cientos de ellas danzaban en el aire, balanceándose, creando una cúpula oscura, en la que los rayos de luna apenas llegaban. La única luz era la que procedía de las llamas. Me intenté levantar, pero una patada en la espalda me volvió a tumbar.
-¡Hermanos! ¡El yugo que los humanos nos ha impuesto durante todos estos años ha sido inflexible! ¡Devolvámosles todo el sufrimiento de nuestro pueblo, todo el dolor!-una patada en mis costillas coronó aquellas palabras-¡Mirad cómo se retuercen!
Dirigió el filo de la espada a mi cara. Olía al terrible aroma de la muerte. Y vi mi oportunidad. Toda mi ira, todos aquellos años de represión en aquella casa. Toda la fuerza que había en mi cuerpo se desató. De una patada, le obligué a desviar la hoja, me levanté del suelo y le derribé. Cogí la espada desde su empuñadura y la fui acercando a su pecho.
Él también hacía fuerza, intentando deshacerse de mi cuerpo, pero no podía. La espada se iba acercando, y podía oír pequeños latidos de un retumbante y oscuro corazón. El resto de sombras, habían dejado de bailar, y se dispersaban por el aire, alejándose de aquel lugar. El filo, se clavó, y el líquido plateado esta vez, brotó como si de una fuente se tratara, salpicando todo mi brazo. Un horrible grito se escapó de su garganta y se extendió por el aire.
Y entonces, explotó en un amasijo de aquel líquido pegajoso y carne quemada. Todo mi brazo estaba lleno de aquel líquido, y ahora era yo quién sujetaba la espada. Iba a dejarla caer, a acercarme al cuerpo de Amy y gritar de desesperación cuando el líquido empezó a volverse negro sobre mi brazo.
-Otra vez la estupidez humana es la causante del sufrimiento de vuestro pueblo. Necios. El poder de los Shi-Rasn no es necesario cuando sois los causantes de todas y cada una de las razones que os llevarán hasta el fin-su voz era ahora casi un susurro, que apenas conseguía distinguir, en medio de la noche.
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