Los cuentos son historias demasiado breves para lo que significan. Son demasiado bonitos para nosotros, porque al fin y al cabo, siguen siendo parte de nuestra infancia. ¿Acaso alguien se ha olvidado de Blancanieves, o de El gato con botas? No. Son historias que se quedan para siempre. Historias tan bonitas, como la que hoy voy a intentar contar hoy, que se quedan grabadas a fuego para siempre en nuestra memoria, como otra diapositiva más de nuestra vida
"Érase una vez, en un lugar no tan lejano, una joven princesa encerrada en un sueño eterno por culpa del hechizo de su malvada hermana. Llevaba muchos años prisionera en un siniestro castillo, construido en el corazón de un profundo y siniestro bosque, ajeno a las cosas del mundo que le rodeaba. Ya no quedaba nadie que se acordase de ella, no era nada a parte de una vulgar leyenda que usaban los adultos para dormir a sus hijos.
Pero entonces, cuando ya no quedaba esperanza, un hermoso y valiente príncipe, montado en su corcel blanco, decidido a encontrar a la bella princesa, recorrió medio mundo para encontrarla, hasta hallarse delante de la puerta del castillo, después de atravesar valles y montañas, desiertos y glaciares, y de matar monstruos alados con su diminuta espada. El príncipe estaba decidido a encontrarla, y cuando llegó a las puertas del siniestro castillo, ató a su montura y se dedicó a buscar a la dama.
Y, allí la halló, vestida con sedas doradas, deslumbrantes, aunque no más que su etéreo pelo. Sus labios sonrojados se mantenían intactos después de tantos años. Toda ella transmitía paz y armonía. El príncipe, se maravilló ante semejante obra de arte. Y, como en todos los buenos cuentos, él posó sus labios sobre los de ella, con el fin de romper el hechizo.
Pero no funcionó. Ella seguía dormida.
Ella seguía dormida, y después de haber recorrido kilómetros y kilómetros en busca de aquella mujer maldita, el príncipe estaba lleno de rabia. Así que, con violencia, el príncipe, pasando de los castos besos de amor, introdujo su pene en la vagina de la princesa. Y, por arte de magia, ella despertó, con los ojos como platos, sorprendida ante aquel despropósito de príncipe azul, que se encontraba jadeando encima suya.
La princesa, durante años dormida, ante aquel hombre hermoso cuya violencia la había despertado, se dejó llevar por el momento, y clavó sus uñas en la espalda de aquel portentoso hombre que la había salvado de otra década de somnolencia. No importaban los sentimientos en aquel instante, tan solo el calor que emanaba de aquel apuesto joven, tan solo el roce de sus cuerpos, que tan extraño le parecía a la princesa. Nunca había sentido nada semejante, y por primera vez en su vida, se sentía libre de las ataduras que conllevaba ser una mujer con clase. En su cabeza solo existía la tibia lengua que recorría cada centímetro de su cuerpo intensamente.
Pasaron los minutos. Las horas, los días. El caballero era infatigable, y permanecía centrado en su labor. Después de tantos años durmiendo, el tiempo para la princesa era relativo, y no era capaz de distinguir su avance. Se sentía cansada, su cuerpo frágil y sensible no estaba acostumbrado a la bestialidad de aquel guerrero lujurioso. Pero, cuando quiso darse cuenta, él ya había acabado, y se marchaba, sin despedirse, de aquel lúgubre castillo en el que la había conocido, sin tan siquiera preguntarle su nombre.
Lo único que quedó de él en aquel lugar fue su olor inconfundible por todas las habitaciones en las que habían estado y el vacío que sentía ahora ella sin él. Quería vivir feliz para siempre, pero sin su príncipe, sin aquel indomable joven que corría de nuevo a su hogar montado en su caballo, esa posibilidad se veía demasiado lejana.
Pasaron los días y él no volvió. En ella aún existía la esperanza de que el príncipe volvería, se casarían y tendrían hijos. Pero no ocurrió. Él ya estaba salvando a otra princesa, más joven, más atractiva y más poderosa que ella, una que supiese satisfacer sus deseos más animales, y no una niña grande que buscaba al hombre de sus sueños.
La princesa, cuyos ojos enjuagados en lágrimas brillaban por todo el castillo, se lanzó desde la torre más alta del castillo, se lanzó desde aquella torre que hacía cosquillas a las nubes, y notó su cabeza conjugada con el pavimento, ya inservible. El príncipe, por su parte, debido a sus múltiples encuentros amorosos con distintas compañeras sexuales, acabó contrayendo una ETS. Y nadie vivió, y por lo tanto, nadie comió perdices"
La verdad es que no tenía intención de crear algo bonito. La verdad es que hoy me sentía con ganas de corromper las mentes, de envenenar cada uno de los pensamientos. Vivimos a lo largo del día cientos de pequeños cuentos, en nuestro mundo adulto y maduro. Los cuentos de amor pasan a ser de sexo, los monstruos, son realmente monstruos, sin dobles fondos. Los cuentos no siempre son tan bonitos como nos los imaginábamos de pequeños, pero siguen ahí, latentes. Así que hoy, como forma de decir buenas noches, quería contaros un cuento.
Pero entonces, cuando ya no quedaba esperanza, un hermoso y valiente príncipe, montado en su corcel blanco, decidido a encontrar a la bella princesa, recorrió medio mundo para encontrarla, hasta hallarse delante de la puerta del castillo, después de atravesar valles y montañas, desiertos y glaciares, y de matar monstruos alados con su diminuta espada. El príncipe estaba decidido a encontrarla, y cuando llegó a las puertas del siniestro castillo, ató a su montura y se dedicó a buscar a la dama.
Y, allí la halló, vestida con sedas doradas, deslumbrantes, aunque no más que su etéreo pelo. Sus labios sonrojados se mantenían intactos después de tantos años. Toda ella transmitía paz y armonía. El príncipe, se maravilló ante semejante obra de arte. Y, como en todos los buenos cuentos, él posó sus labios sobre los de ella, con el fin de romper el hechizo.
Pero no funcionó. Ella seguía dormida.
Ella seguía dormida, y después de haber recorrido kilómetros y kilómetros en busca de aquella mujer maldita, el príncipe estaba lleno de rabia. Así que, con violencia, el príncipe, pasando de los castos besos de amor, introdujo su pene en la vagina de la princesa. Y, por arte de magia, ella despertó, con los ojos como platos, sorprendida ante aquel despropósito de príncipe azul, que se encontraba jadeando encima suya.
La princesa, durante años dormida, ante aquel hombre hermoso cuya violencia la había despertado, se dejó llevar por el momento, y clavó sus uñas en la espalda de aquel portentoso hombre que la había salvado de otra década de somnolencia. No importaban los sentimientos en aquel instante, tan solo el calor que emanaba de aquel apuesto joven, tan solo el roce de sus cuerpos, que tan extraño le parecía a la princesa. Nunca había sentido nada semejante, y por primera vez en su vida, se sentía libre de las ataduras que conllevaba ser una mujer con clase. En su cabeza solo existía la tibia lengua que recorría cada centímetro de su cuerpo intensamente.
Pasaron los minutos. Las horas, los días. El caballero era infatigable, y permanecía centrado en su labor. Después de tantos años durmiendo, el tiempo para la princesa era relativo, y no era capaz de distinguir su avance. Se sentía cansada, su cuerpo frágil y sensible no estaba acostumbrado a la bestialidad de aquel guerrero lujurioso. Pero, cuando quiso darse cuenta, él ya había acabado, y se marchaba, sin despedirse, de aquel lúgubre castillo en el que la había conocido, sin tan siquiera preguntarle su nombre.
Lo único que quedó de él en aquel lugar fue su olor inconfundible por todas las habitaciones en las que habían estado y el vacío que sentía ahora ella sin él. Quería vivir feliz para siempre, pero sin su príncipe, sin aquel indomable joven que corría de nuevo a su hogar montado en su caballo, esa posibilidad se veía demasiado lejana.
Pasaron los días y él no volvió. En ella aún existía la esperanza de que el príncipe volvería, se casarían y tendrían hijos. Pero no ocurrió. Él ya estaba salvando a otra princesa, más joven, más atractiva y más poderosa que ella, una que supiese satisfacer sus deseos más animales, y no una niña grande que buscaba al hombre de sus sueños.
La princesa, cuyos ojos enjuagados en lágrimas brillaban por todo el castillo, se lanzó desde la torre más alta del castillo, se lanzó desde aquella torre que hacía cosquillas a las nubes, y notó su cabeza conjugada con el pavimento, ya inservible. El príncipe, por su parte, debido a sus múltiples encuentros amorosos con distintas compañeras sexuales, acabó contrayendo una ETS. Y nadie vivió, y por lo tanto, nadie comió perdices"
La verdad es que no tenía intención de crear algo bonito. La verdad es que hoy me sentía con ganas de corromper las mentes, de envenenar cada uno de los pensamientos. Vivimos a lo largo del día cientos de pequeños cuentos, en nuestro mundo adulto y maduro. Los cuentos de amor pasan a ser de sexo, los monstruos, son realmente monstruos, sin dobles fondos. Los cuentos no siempre son tan bonitos como nos los imaginábamos de pequeños, pero siguen ahí, latentes. Así que hoy, como forma de decir buenas noches, quería contaros un cuento.
genial!! que noche más linda tuve! la primera vez que no tuve pesadillas con caballeros moñosos que se creen que un beso es lo único que necesitamos las princesas HÁ! que se lo han creído! hay princesas que necesitamos...caña jajaja
ResponderEliminar