9 de abril de 2011

Enfermedad

Quema. Mi garganta. Supongo que cuando a una persona que es incapaz de callar se le prohíbe específicamente que deje de hablar siente algo parecido a la castración. Es doloroso solo pensarlo.

Llevo sin oír mi voz al menos veinte horas. Ya ni siquiera me acuerdo cómo sonaba. La fiebre me está subiendo, apenas puedo tragar sin sufrir una terrible quemadura en el esófago. Y encima lo único que se me ocurre poner como imagen de ésta entrada es eso. Sí, no tiene ningún sentido, pero desde luego es una de las mejores imágenes que he visto en mucho tiempo. Ahora mismo lo único que siento es el sabor amargo de un montón de pastillas y el asfixiante calor de la primavera. Incluso al leerme suena más pedante de lo normal, así que imagino que esto tiene que ser grave.

Lo único bueno de estar enfermo son los delirios. Sí, la fiebre es muy alta y empiezas a pensar, piensas si vas  a sobrevivir a un simple catarro o en arrancarte los pulmones y dejar de respirar para no tener que sentir el rozamiento del oxígeno contra la garganta. Una infusión de hierbas o de una mierda semejante te está empezando a colocar, y caes en la cama, rendido por el efecto placebo de la locura.

Todo lo que pesaba ha dejado de hacerlo. Estás en un mundo ligero, un mundo en el que las infusiones que saben a mierda han sido erradicadas de la historia, y en el que las pastillas saben a caramelo. Un mundo feliz, dominado por la diosa morfina. Las nubes tienen formas extrañas y curiosas, danzantes en torno al sol. Y tú estás tan alucinado que ni siquiera recuerdas que eres incapaz de respirar con facilidad.

En ese mundo, nada tiene una forma definida, es tan solo una alucinación mental. Ya no eres esclavo de tus ojos, los colores no significan nada y las líneas desaparecen con tan solo un suspiro.  Te dejas llevar por las corrientes y te pierdes, en medio de bosques intangibles, como si se tratase de una guarida de hadas. Todo desprende magia, la sientes correr por tu cuerpo. Es un mundo desnudo y frágil, incluso el mínimo atisbo de realidad sería capaz de destrozarlo.

Y después, tras alucinar durante un buen rato, te despiertas, completamente pasmado. El aire se vuelve tan denso como el osmio, el oxígeno se vuelve pesado. Náuseas y escalofríos. Echas de menos aquel otro lugar, echas de menos algo que nunca has tenido. Te bebes de un sorbo lo que queda de la infusión, y tu mente y tu estómago se ven inundados de la realidad. De análisis sintácticos, funciones, verbos irregulares y demás tonterías que en tu vida te serán útiles.

Pero ya nadie puede quitarte el viaje, un viaje que ni el LSD, ni la marihuana son capaces de proporcionar. Y te ríes.

Fin. (Alucinaciones de alguien con catarro)

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