3 de mayo de 2011

Losing my religion: mi versión de los hechos

Supongo que dejé prematuramente la canción de la semana, justo en el peor de los momentos. Supongo también, que necesito desahogarme, y que cuando necesito desahogarme lo mejor es recurrir a la música. Y supongo, por último, que debería haberle hecho un cambio antes que suprimirla del todo, y creo haberlo encontrado. Es más o menos lo mismo, sí, pero bueno, aquí soy yo el que manda, este es mi pequeño centro del mundo, mi lugar tranquilo y cálido. Es mi energía zen, así que da igual el resto.

Losing my religion, supongo que eso ilustra bastante bien mi comienzo de semana. Algunos vuelven de puente, otros celebran la muerte de Bin Laden, y otros se preparan para aguantar la semana para luego poder ponerse hasta el culo de diversas sustancias de ocio. Yo, sin embargo, me estoy perdiendo a mí mismo. Una forma como cualquier otra de empezar la primera semana de mayo. Supongo que para encontrarse a uno mismo, lo primero que tienes que hacer es perderte. Pues bien, logrado. Ya iba siendo hora


Oh, Dios, la vida es grande, más grande que yo. Demasiado. Es lo que tienen los cambios bruscos, los que te descarrilan. De repente, todo te da igual. Las cosas que ayer te hubiesen sacado de quicio, hoy ya no tienen importancia, y lo que parecía imposible, se convierte en el pan de cada día. Y es que, puede que la vida sea mucho más grande que nosotros, pero la estupidez humana, aún más. Las cartas que tenías, con las que podías ganar, ya no sirven de nada, pues el juego ha cambiado, y esta vez, ni siquiera conoces las reglas del juego. Oh, sí, el mundo es mucho más grande que yo.

Perdido en un lugar al que no pertenezco, que ya me ha enseñado más de una vez (dos) que no sé sobrevivir. Y si antes mis depredadores eran grandes y terriblemente fieros, supongo que ahora todo es mucho más complicado. Y pienso en todo, pienso en nada, porque da igual, porque no lo da. Sí, no. No termino de decidirme. Supongo que eso en alguien que nunca ha tenido problemas a la hora de decidir las cosas es algo realmente novedoso. La ansiedad es mi compañera, y yo solamente soy su esclavo, y me dejo llevar. Estoy, definitiva y jodidamente, perdiendo mi religión.

Cuanto menos quiero pensar en ello, más viene a mi cabeza. Juega un rato conmigo, se divierte, se aprovecha, y se larga. Cuanto menos quiero pensar en ti, más persiste, y cada vez que arranco la raíz, más fuerte vuelve a crecer. Y ahora, sin darme cuenta de cómo, tengo el cuerpo lleno de tus estigmas. Odio esta situación, otra vez, una y otra vez. Parece que cuando por fin consigo centrarme, es cuando más perdido estoy. Ay, en qué maldito momento tuve que levantar los ojos del suelo y fijarme en...

Y después de pasar horas, minutos y segundos siendo esclavo de nada, de nadie, me levanto. Despierto. Todo sigue igual, pero nada está en su sitio. Está volviendo a pasar.  "Doctor, doctor, ¿Qué me está pasando, me encuentro raro" "Me temo que es lo que usted se piensa. Los síntomas son evidentes. Pupilas dilatadas, sudoración, pulso acelerado, y creo que está a punto de tener un derrame cerebral. La recete, pues ya la sabe usted. Olvidar." "Pero, señor médico, señor médico, olvidar es muy difícil","Lo sé, pero su enfermedad es mortal, es la mejor opción que le ofrezco"

Sentado en el hospital, atado a mi camilla, estoy perdiendo todo eso que me hacía yo. Esta vez mi enfermedad no puede ganarme. La siento latir, la siento moverse por dentro de mí, como un escalofrío. La siento más que nunca, a flor de piel, y solo significa dos cosas. O me está matando, o me está haciendo más fuerte. Que pase lo que tenga pasar. Si sucumbo a ella, pues bien, si ella sucumbe a mi, pues mejor. Pero esta vez, nada me va a hacer daño. Nada me va a tumbar. Puede que haya perdido mi religión, mi mente, mi norte. Pero esta vez, soy mucho más fuerte de lo que nadie esperaba. Ni la confusión puede conmigo. Ahí lo dejo


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