9 de mayo de 2011

León: Cara a cara

Supongo que aquel día el cansancio me jugó una mala pasada. Que después de siete horas de rutina, estudios y sudor, lo último que me apetecía hacer era soportar gilipolleces. Sus gilipolleces, que se basaban en hablar durante horas y horas de lo que él quería. En aquel momento, no supe reaccionar bien. Después de tanto tiempo, incluso me había acostumbrado a ni siquiera participar en la conversación, me limitaba a asentir, reírme cuando veía que sonreía y de vez en cuando soltaba algún montón de frases inconexas sin ningún sentido. Había aprendido a obviar todo lo que salía de aquella boca.

De vez en cuando, le miraba, y seguía hablando, hablaba sin parar. Conseguía captar algunas palabras, las que más se repetían eran "yo", "yo", y "yo". No sé de que me sorprendí en ese momento, debería saber que Víctor no sabía hablar de otra cosa, pero continué en silencio. Mi paciencia, a menudo infinita, estaba rozando su límite. Fue en aquel momento, en el que decidí que, lo mejor, era empezar a hablar.

-Oye, ¿puedo decirte una cosa?-pregunté, aunque me importaba bastante poco la respuesta.

-Ah, claro-parecía disgustado por no poder continuar su eterno monólogo egocentrista.

-Me gustaría reventarte la cabeza.

Observé su rostro, contrariado. Supuse que debería estar confundido, no estaba acostumbrado a que yo hablase, no estaba acostumbrado a que le hablase así. Me miró con gesto extraño, intentando buscar otro sentido a la frase, pero no lo encontraba.

-¿Estás bien? ¿Qué quieres decir?-fue lo que atinó a contestar.

-Sí, no te hagas el tonto, me has oído  perfectamente. Me gustaría reventarte la cabeza. Cogerte del pelo, encontrar un bordillo y desahogarme por todos estos años. Me gustaría hacerlo, aunque me moría de lástima, ya que solo podría hacerlo una vez, pero me gustaría tanto devolverte todos estos años en ese momento...

-Tío, ¿qué coño estás diciendo, de qué vas?

-Ah, ahora no vayas de bueno, Víctor, que nos conocemos. Cosas peores les has hecho a otros, incluyéndome a mí. Y, mira, por una vez, no estaría mal que fueses tú el que recibiese una lección.

-Estás tarado, anda, cállate, cállate y deja de decir gilipolleces.

-¿Sabes lo pesado que puedes llegar a ser? ¿Te haces siquiera idea de los niveles de estupidez que alcanzas? Lo que no entiendo es cómo he podido tardar tanto tiempo en decírtelo. Eres lo peor, y encima quieres ir de rey del mundo, y, mira, ¿sabes qué? Que te soporte tu padre.

Hubiese gastado todo el dinero que tenía ahorrado para que pudiese haber visto su cara reflejada en un espejo. La culpa era toda mía. Dejaba que Víctor pasase por encima de mí una y otra vez, sin decirle nada. Le llevaba odiando tanto tiempo, le tenía tanta rabia guardada en un rinconcito de mi cabeza... Aquello era realmente relajante, era una auténtica descarga de adrenalina.

-¿Pero se puede saber qué coño te pasa? Eh, despierta.


Supongo que aquel día el cansancio me jugó una mala pasada. Que después de siete horas de rutina, estudios y sudor, lo último que me apetecía hacer era soportar gilipolleces. Sus gilipolleces, que se basaban en hablar durante horas y horas de lo que él quería. En aquel momento, no supe reaccionar bien. Después de tanto tiempo, incluso me había acostumbrado a ni siquiera participar en la conversación, me limitaba a asentir, reírme cuando veía que sonreía y de vez en cuando soltaba algún montón de frases inconexas sin ningún sentido. Había aprendido a obviar todo lo que salía de aquella boca.

De vez en cuando, le miraba, y seguía hablando, hablaba sin parar. Conseguía captar algunas palabras, las que más se repetían eran "yo", "yo", y "yo". No sé de que me sorprendí en ese momento, debería saber que Víctor no sabía hablar de otra cosa, pero continué en silencio. Mi paciencia, a menudo infinita, estaba rozando su límite. Fue en aquel momento, en el que decidí que, lo mejor, era seguir callado. .

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