El Recuerdo, desde su trono elevado entre los cielos, se dio cuenta de la presencia de la criatura. Le miraba desde su propio trono, a cientos de kilómetros, pero sentía su mirada clavada en la espalda. Supo desde aquel mismo momento que un día, acabaría con ella, pero se calló sus pensamientos, por temor a que ella los escuchase.
La Locura observaba con curiosidad todos los movimientos de su hermano. Cada segundo sabía más de él. Oculto entre las entrañas de la tierra, en un trono negro envuelto por sedas de colores inertes, se daba cuenta que su hermano le odiaba. Llevaba una eternidad contemplándole, enamorada de su perfección, a pesar de que sabía perfectamente que sería la mano de El Recuerdo la que acabaría con su existencia en aquel mundo.
-¿Por qué tanto odio, por qué tanta rabia, hermano?-preguntó con ingenuidad la Locura-¿Por qué tienes miedo a algo que no existe? Yo no deseo tu trono, no más de lo que tú deseas el mío.
-¿Crees que no me doy cuenta? ¿Crees que no noto tus miradas envidiosas y llenas del veneno del recelo? Puedes disimular con los Hermanos, pero no puedes hacerlo conmigo. Mis manos están talladas en pureza, mi cerebro es la obra de los dioses. Mírate... No eres más que una frágil ilusión construida con todo lo malo que existe en este mundo. No eres más que mi propia sombra que conspira con alcanzar un día el esplendor que sólo una fuerza como la mía puede llegar a lograr.
La Locura observa a su hermano. Una lágrima inunda las cuencas vacías de Terra, y se forma el Mar. De la sal de sus sollozos nacen los peces, criaturas creadas por la tristeza de una diosa insultada.
-No piensas lo que dices, hermano. Tú eres la perfección, el hijo que Ellos crearon. No existe belleza alguna que pueda compararse con la tuya. La mía, como tú bien dices es solo una sombra, pero yo no considero eso como un castigo, es realmente un regalo. Me miras con desprecio, te sientas desde tu trono y observas como Terra se destruye desde dentro. Yo soy la que mantiene unida los fragmentos de nuestro mundo y tú ni siquiera eres capaz de agradecérmelo
Las palabras de la diosa retumban en todos los rincones de Terra. El sonido viola cada centímetro de aquel paraíso, y se queda impregnado. De entrre los labios de El Recuerdo no surgen palabras. Los silencios se envuelven alrededor de los sonidos. La música nace del doloroso parto de ambas.
-¿Somos tan diferentes, hermano? Dijeron que yo sería tu oscuridad, que yo sería el caos. Tú eras su creación, el retoño que tanto tiempo llevaban esperando, pero a la vez, me tuvieron a mí. ¿Qué significa eso? Lo sabes tan bien como yo. Sin mí, dejarás de existir. El día en que yo muera no estará muy distante a tu apocalipsis. Yo soy tu razón de vivir. Tú eres la mía.
El Recuerdo se ve invadido de una furia súbita. Cae con violencia sobre Terra, y destruye todo aquello que encuentra a su paso con su mano de acero y cristal. Pero todo vuelve a surgir, con una nueva forma. Se elevan las cordilleras, las tierras se rompen y del Gran Mar surgen los continentes. Se elevan como la ira del dios.
-Insolente. A veces me sorprende tu estupidez, mujer. Todo lo que dices, todo lo que haces... Me provoca repulsión. Pero eres un imán. Siempre estás allí, siempre estás observante. Necesito destruirte. Está escrito en mis venas, me lo dicen las estrellas. No, Locura, no eres mi igual en este mundo. Puede que de entre tus piernas lascivas surgiese Terra, pero no permitiré que corrompas el paraíso. Tus manos no llegarán a tocar mi mundo.
Los dioses se miran frente a frente. Son dos entes creados en el mismísimo centro del universo. Bailan alrededor del otro, sin llegar a tocarse. La piel de El Recuerdo rasga el aire. El aura de La Locura corrompe el suelo. Todas las energías surgen de ellos. Crean las tormentas, las mareas nacen de ellos, los tornados se arremolinan a su alrededor, las montañas están preñadas de magma. Son el nacimiento y la muerte.
-Hoy no es el día en el que matarás. Ni siquiera tú, criatura alada y perfecta, eres capaz de desafiarlos a Ellos, y mi muerte aún no está próxima. Debes temblar cada vez que pienses en destruirme antes de tiempo, porque su castigo no tardará en llegar. Tus manos, bañadas en mi sangre, serán arrancadas por los Altos, y serán la tumba en la que yo descanse. Nuestros destinos están ligados hermanos. Hasta el último aliento.
Las palabras de La Locura se condensan en el aire, porque proceden de su gélida y marchita lengua. Todo lo malo surge alrededor de ellas. Terra se ve corrompida por las emociones, y su núcleo se resquebraja.
-Piensas que ellos sabrán castigarme, pero tu existencia, es el peor de los castigos. Es el peor de los castigos porque tú estás allí, expectante, intocable, como la diosa que crees ser. No eres nada bajo mi yugo, nada te pertenece si yo existo. Y aún así, eres capaz de observarme con ternura. ¿Por qué, hermana? No te he dado ningún motivo para pensar que correspondería todas tus miradas. ¿De qué se trata, entonces?
Por primera vez, el Recuerdo clava sus ojos en la Locura. Siente toda esa inquina interior, esa repulsión, pero también mantiene en su cabeza aquellos momentos, aquella sensación tan cálida cuando aún eran un solo ser. De su pecho, surge el amor, que se clava como una estaca en todo su ser. La sangre del dios se derrama por toda Terra. La diosa siente también el puñal en su interior.
-Hermano... Hoy es nuestro día. De nosotros nacerán nuestros hijos. Ellos inundarán Terra de todas nuestras bendiciones. Ellos son el legado de nuestras vidas. No estarán condenados al odio. No se sentarán en tronos, porque los corromperán. Serán imágenes perfectas de nosotros. Serán la Locura y el Recuerdo. Borraremos con nuestra sangre nuestros defectos y podrán ser libre del destino marcado por Ellos. Terra será su paraíso, y los vigilaremos eternamente, los guiaremos por el buen camino.
La sangre de ambos se mezclaba bajo toda la extensa superficie de Terra. Del líquido escarlata nacieron primero las flores, que inundaron los continentes. De las flores, brotó más sangre, y aparecieron los animales, que colmaron el mundo de miles de especies diferentes. Todo era armonía.
-¿Es eso lo que quiero, Locura? Quedarme relegado a tu misma altura? Has atravesado mi corazón. Has asesinado a un dios. Has cambiado el destino que Ellos eligieron. No ha sido mi mano la que ha acabado contigo. ¿Cuál será entonces tu castigo, Locura? ¿Podrá existir esa utopía que has soñado para ambos? Nosotros ya no lo sabremos.
A su muerte, todo permaneció en calma. Los mares lamían eternamente las orillas de los continentes, plagados de vida y simplicidad. Nadie estaba por encima de nadie, y Terra vivía en el equilibrio perfecto. Todo era armonía. La sangre de los dioses se había cristalizado en una enorme explanada vacía. Los animales, cuando hablaban entre ellos, lo llamaban el Quanturum. La sangre se alzaba hasta los cielos, como un enorme pilar. Creían que de allí surgía todo lo bueno y lo malo de Terra, y en parte tenían razón. El Quanturum se podía contemplar desde todos los rincones de Terra, incluso debajo del mar. Los peces, de vez en cuando, se acercaban a las costas y contemplaban sobrecogidos la magnífica Torre de Sangre, creada de la muerte de los Dioses. Pasaron años y años, y todo permanecía así.
Sin embargo, cada vez que llovía, una vez al año, para renovar el Gran mar, dividido ahora por los continentes, una esquirla de la Torre se desprendía, y daba lugar a una nueva criatura, criaturas con las propiedades puras de los dioses, no como los animales ni como las plantas, criaturas dotadas de la divinidad de la Locura y el Recuerdo. No habían sido creadas del amor como los otros, sino que eran las fuerzas de cada uno de los Antiguos Dioses intentando manifestarse.
De la Torre, nacieron los dragones, y las quimeras, y los sueños. Cada año, los animales se reunían en torno del Quanturum y observaban cómo caía el cristal de sangre sobre la planicie. Lo llamaban el Día del Nacimiento. Lo celebraban llevando flores hasta la base de la Torre, y plantándolas a su alrededor. Sabían que cuando llegaba ese día, el año acababa, y que, 365 lunas después, tendrían que volver a la Torre para celebrarlo. Aquellos animales que no regresaban acababan muriendo.
Pero entonces, millones de años después, cuando en el Quanturum sólo quedaba un cristal, los animales se reunieron atemorizados, creyendo que aquel sería el último año de su existencia. El cristal se rompió, y nació la última criatura, la auténtica mezcla de la Locura y el Recuerdo. Pero entonces, el cristal se volvió a romper en dos trozos, como lo hizo una vez ante el nacimiento de sus padres.
De uno de ellos, nació el Héroe. Él era el fruto del auténtico amor, la criatura blanca prometida que llevaría a los animales a un nuevo futuro. Era un ser de luz, hecho de la materia que emplearon Ellos para crear a sus padres. Sus ojos eran la combinación de todos los colores existentes, los más hermosos que jamás se crearon. Los animales que llevaban esperando su nacimiento lo llevaron al Palacio del Cellum, al Paradiso, el lugar donde se juntaban los tronos de sus padres cada cien años.
Del otro cristal, nació el Humano. Su sangre presentaba la misma corrupción que la de sus padres, y los animales que no tenían esperanza en Terra lo representaban como el caballero oscuro, que destruiría los cimientos de Terra para guiarles a un destino en el que todos ellos algún día serían los dioses. Era un ser hecho de la materia oscura, de todo el rencor que guardaban sus padres. En sus ojos no había color, estaban envenenados, y aquellos que miraba estaban destinados a sufrir. El resto de animales, los que no fueron bendecidos por el Héroe, renegados, recogieron el otro cristal y lo escondieron en las profundidades de la Fortaleza del Avernus, el Inferno, la cuna de todo mal.
Terra, después de tanto tiempo, había nacido por entero.
Pues me he quedado con ganas de más...
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