22 de marzo de 2011

La reina mariposa.

Solía llamar de vez en cuando, cuatro veces al mes, para preguntar cómo estaba. Y siempre me respondían lo  mismo. No se iba a recuperar. Era una especie de ritual, que repetía religiosamente. Esperaba a que los médicos terminasen con los tecnicismos y me contasen de una vez que era lo que le pasaba a mi hermano. Sin embargo, por más que el tiempo pasase, la respuesta seguía siendo invariable. Estable, sin cambios. Apenas come. Apenas habla. Sigue sin poder dormir. Debería sentirme aliviado, al menos es lo que ellos me dicen. Es un milagro que siga con vida. Ya estoy acostumbrado a escuchar todo eso, pero me resultaba imposible tranquilizarme. Al fin y al cabo, podría haberme pasado a mí perfectamente, pero no. Era su vida la que se estaba acabando por momentos, mientras su cerebro seguía sin reaccionar. Lo único que podía hacer era llamar al menos una vez a la semana y preguntar si seguía con vida, hasta que los médicos me diesen la mala nueva. Mientras, él seguía luchando por recuperar su equilibrio, aunque sus fuerzas se estuviesen apagando.


Habían pasado dos años casi desde el accidente, un accidente que ni siquiera presencie, del que nadie supo nada. Lo encontraron tirado en el suelo, convulsionando. Sus ojos estaban blancos, y sudaba mucho, o al menos eso decía en el informe que me dieron. No había más detalles. Las primeras semanas después de que se 'recuperase' le estuve preguntando qué fue lo que pasó, pero era incapaz de articular palabra. Cuando hablaba sobre el tema, se ponía nervioso, y evitaba las miradas que le lanzaba. Toda aquella situación era desesperante.


Creo que nunca pensé que, de todos los caminos, acabaría tomando éste. Tal vez porque, aún teniendo infinitas posibilidades, no fui el que escogió esta opción. Y ahora estoy en el suelo, sin apenas poder respirar, sin poder moverme. La gente se arremolina a mi alrededor. Me duele la cabeza. Ya se ha formado un corro y un grupo de mujeres cotillean sin hacer nada. Quiero gritar pero mi garganta no produce ningún sonido.  Nadie mueve un dedo por ayudarme. Estoy durmiéndome...

Solía decirme que los milagros ocurren. Pero había malgastado y repetido tantas veces esa frase que había perdido cualquier significado que pudiese llegar a tener. Le echaba de menos. Llevaba toda mi vida junto a él. Lo estuvimos cuando mamá y papá se divorciaron. Lo estuvimos cuando murió nuestro abuelo. Lo estuvimos incluso cuando estuve a punto de morir  a los siete años, después de un accidente de coche. Me había costado horrores acostumbrarme a estar solo, aunque me había insensibilizado desde el accidente. Ya le daba por perdido. Sabía que nunca iba a regresar.

Estaba en un hospital. Ese olor característico era inconfundible. Había pasado años atrapado allí, y ya estaba acostumbrado a aquella sensación. Ya no me incomodaba tener que estar esperando fuera, pero nunca había estado al otro lado, en una cama, como paciente. Empezaba a recordar todo...

Aquel día, decidí ir a verle. Llevaba mucho tiempo sin visitarle, y había salido el último disco de su grupo favorito. Sabía que él ni siquiera se daría cuenta, ni siquiera se percataría de mi presencia, al fin y al cabo tenía el cerebro frito, pero necesitaba sentirme un poco mejor conmigo mismo. Necesitaba saber que se encontraba a gusto, aunque, ¿cómo encontrarse bien cuando ni siquiera puedes controlar tus pensamientos?

Ella estaba allí, expectante. Me miraba fijamente, desde la copa de aquel árbol. Todas las demás mariposas giraban en torno a ella, como si fuesen sus súbditos. Desde el suelo, ella se encontraba en una situación muy superior a la mía. Sin embargo, nos unía algo. Ambos estábamos perdiendo la vida por segundos. 

Todo iba retrocediendo como si se tratase de una película rebobinándose. Estaba en el suelo, y me iba levantando. Deshacía mis pasos, la gente se iba alejando, los insectos volaban tranquilamente. El tiempo recorría el sentido contrario, y sentía como mi piel se desgarraba a cada segundo que iba desapareciendo. Cuando me quise dar cuenta, estaba en un lugar y en un momento bastante distinto. Todavía quedaban dos horas antes de que el ataque empezase, todavía tenía tiempo de saber que era lo que estaba pasando. 

La reina mariposa, desde su escondite, observaba. Ella era el único testigo existente de aquel incidente. Ella, incapaz de hablar, inalterable, mantenía el vuelo sobre la ciudad. No le importaba nada, ni la belleza de sus alas, ni su aspecto angelical. Al igual que yo, sabía que tenía los minutos contados,  y que no podía hacer nada para remediarlo.




1 comentario:

  1. ¡Es totalmente vanguardista! (No por ello es malo, lo vanguardista mola) Y también me recuerda a la película de Mr.Nobody (;

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