Dicen que, bajo circunstancias extremas, el dolor físico que podemos llegar a soportar es casi infinito. Imagino que cualquier otro tipo de dolor entra también bajo esta descripción. Incluso el más débil puede llegar a tener la resistencia de un superhéroe si tocan su punto adecuado con la suficiente fuerza. La fuerza necesaria dependerá de lo bien escondido que esté ese punto.
Pero, el peligro de todo esto es que llega un punto en el que el dolor es insoportable, en el que por más que aguantemos, nos acabamos rompiendo. Al fin y al cabo, nuestro cuerpo no está hecho de adamantio, o de cualquier otro material irrompible de los cómics, y tiene un límite. Un límite tangible, que si se sobrepasa, el resultado es funesto.
Hay dos maneras de cambiar, de mejorar como persona. Una de ellas está preparada para las personas normales, para la gran mayoría. Los obstáculos aparecen, se superan y te quedas con esa experiencia, un método de progresión lineal y efectivo, transparente. Los cambios pequeños se suceden así, poco a poco, hasta que de pronto te ves capaz de hacer cualquier cosa.
Sin embargo, estos cambios tienen un gran problema. Siempre va a haber algo que necesitemos cambiar, siempre continuará ese ritmo, algo no estará bien, no nos sentiremos cómodos y nos veremos obligados a tomar medidas al respecto. En una carrera hacia la autosuperación constante. Pisamos el acelerador, porque no tenemos freno, mientras vagamos en la eterna línea recta de la superación. Sin estrellarnos nunca, pero sin avanzar realmente.
Luego, la otra manera, es como una ruleta rusa. Está hecha para demostrar de qué estás hecho. De averiguar ese punto en el que te romperás, para romperte en mil pedazos o bien, para que nunca nadie, por más que lo intente, llegué tan siquiera a fragmentarte.
Esta última manera, mucho más dura y agresiva, prueba a todos aquellos débiles de mente, incapaces de avanzar,estancados, cuyos días se limitan a alternar entre la rutina y la desidia. Gente cuyas vidas no avanzan en ningún sentido, y que si tan solo mantienen un segundo más ese estilo de vida, la opción de romperse no será tan terrible.
Se trata de la total autodestrucción. De encontrarse en el punto más bajo en el que te puedas encontrar. Hemos llevado un mal camino, un camino imperfecto, muy lejano al de aquellos que solo se esfuerzan en mejorar. Mientras ellos corrían para labrarse un buen futuro o estar felices, nosotros, los que giramos en torno a nuestra propia espiral del caos, nos dedicábamos a avanzar en dirección contraria. Pero, en la dirección en la que nos dirigimos, sí existe un punto final. Una pared, una encrucijada, con tan solo dos opciones.
Y esto, saber decidir que es lo que vamos a hacer, vale mil veces más que la superación. Porque nosotros somos débiles, y nos hemos recubierto de ese adamantio mágico que solo existe en la fantasía. Ya sea para bien, para avanzar y poder convertirnos en uno más, o para destruirnos, al menos hemos conseguido decidir el camino que queremos tomar.
El camino malo, ceder ante nuestro propio peso, seguir dando vueltas a ninguna parte. Dejarnos llevar hasta que no podamos dar un paso más. Hasta que nuestro pensamiento y nuestra carne se desgarren y acaben siendo dos entidades diferentes. Perdernos en un camino que al menos hemos escogido, y que no se nos ha impuesto de manera automática.
Y el otro camino, el otro modo, y único en cierta forma de que los débiles ascendamos, es el renacer de esas cenizas que quedan de nosotros. De ese mero recuerdo de lo que un día fue algo hermoso y delicado, pero que la madurez y los problemas que ella trae consigo, han roto, violado y destrozado.
Renacer de las cenizas, como un fénix. Levantarnos del suelo, llenos de golpes y heridas, pero con el pensamiento de que, en algún momento cicatrizarán. Que lo que hoy es sangre, mañana será miel, y que todos los golpes recibidos, no serán más que un recuerdo. Entonces, elevados desde el inframundo de los humanos, nos convertimos en seres casi mitológicos. Seres hechos de otra pasta, que ahora están entre el resto de personas, camuflados, pero sin la necesidad de superarse constantemente, porque nosotros, hemos crecido lo suficiente como para aceptarnos.
Porque nosotros, ya somos tal y como debemos ser.
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