24 de febrero de 2011

That this is thriller, thriller night

No puedo evitarlo. El cine de terror es algo que realmente me apasiona. Y muchos no entienden que algo cuyo principal objetivo es asustar me provoque la misma euforia que tienen los niños pequeños cuando van a un parque de atracciones.

Seguramente esto se deba que, en vez de ver las películas que un niño de cuatro años debería ver, no sé, Toy Story, Babe el cerdito valiente... yo veía El Exorcista, sin entender absolutamente nada de las posesiones demoníacas, sin entender que para bajar las escaleras haciendo el pino-puente es necesario estar poseído por un demonio. Pero supongo que fue como una vacuna, que me acabó creando anticuerpos hacia el cine de terror. Otra rareza más a una lista interminable de ellas.

Si estás solo, estás condenado a morir. Hagas lo que hagas, corras donde corras, morirás, y posiblemente, cuanto más corras, más violenta será tu muerte. Si lloras, posiblemente consigas que el espectador se agobie todavía más, y si empiezas a chillar gritando piedad, destrozas la escena. Regla básica del cine de terror.

Si eres rubia, tienes un pecho considerable y vas en tacones, olvídate de sobrevivir. No vas a conseguirlo, estás genéticamente negada para ello, y si lo intentas, vas a volver a destrozar la escena. Si además estás corriendo para salvar tu vida y gritas, puedo asegurar que el presupuesto de la película en la que sales es nulo.

Son los famosos clichés del cine de terror, que han conseguido que las nuevas generaciones de éste género se hayan convertido en la bazofia a la que nos están acostumbrando. Películas basadas en la misma premisa, cortadas por la misma tijera y en las que posiblemente, los protagonistas, sean los mismos. No, por más que nos volváis a vender 'Viernes 13', 'Pesadilla en Elm Street' y otros clásicos, que en su tiempo consiguieron aterrorizar a sus espectadores, ya nadie se sorprende con el asesino del machete y el hombrecillo del jersey a rayas.

El cine de terror se ha visto reducido a su mínima expresión. Actores despampanantes en celo, llenos de desesperación adolescente, música increíblemente alta en las escenas clave, y sustos que consiguen hacer gritar a salas enteras. Y no, el terror, me temo, es mucho más que eso. Claro, ¿quién no va a gritar con una explosión sonora capaz de reventarte los tímpanos y una imagen perturbadora?

Pero no, eso no es cine de terror. Apenas se podría considerar cine. Las auténticas películas de miedo, son aquellas que no solo te hacen temblar cuando las ves, son aquellas que se te graban. Que consiguen que quieras no estar solo, que te obligan a encender la luz cuando te encuentras a oscuras, que al irte a dormir, te sumerjas entre las sábanas, y pienses que estás protegido, pero en tu interior sabes que cuando cierres los ojos, seguirás traumatizado. Sentirás el escalofrío

Han derivado, como todo, en un producto comercial, especialmente dirigidas a los cazurros capaces de tragarse un bodrio sin argumento pero relleno de sustos, modelos y música potente, y decir que han visto una película buena. No saben lo que es tener que dormir con la puerta abierta por miedo a una película. Llegan a sus casas y a los diez minutos, se han olvidado de la película.

No. Para nada. El cine de terror es adrenalina. Es verte atrapado en una realidad, aunque inventada, agobiante. Tener la oportunidad de actuar como un personaje. Sentir muy dentro una emoción, notar cómo se te acelera el pulso. Respirar... y pensar que en esa película, el protagonista, en el mismo lugar que ahora estás tú, sufría lo suficiente como para querer huir, y que tú sigues ahí, de pie, a oscuras. Y darse cuenta de que sí, hoy es una noche de terror.

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