Cuando quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde. Se descubría en las esquinas, pensando en cómo sería estar con él, aunque solo fuese un minuto. Pero Julia sabía que aquello no era suficiente. En un minuto no le daría tiempo ni tan siquiera a decirle todo lo que estaba sintiendo. Se sonrojó al pensar en lo que sería decir todo eso, pero la idea se evaporó de su cabeza al segundo siguiente. Ella no sería tan imprudente.
A veces creía que él la miraba, de vez en cuando, cuando ella no se daba cuenta, pero sentía sus ojos en la nuca, y se giraba inmediatamente. Y no estaba mirando. Ni siquiera parecía advertir su presencia. Las ilusiones de Julia se esfumaban, e intentaba volver a la realidad.
Sus cuadernos estaban llenos de notas despistadas, con una letra torpe e infantil. El trazo débil de su bolígrafo azul apenas se podía apreciar en las hojas, y las frases legibles eran todas letanías sobre ese amor platónico e inalcanzable. Empezaba a afectar sus estudios. Apenas podía atender en clase. Cuando no escribía en su cuaderno todas aquellas plegarias de pasión, se distraía observando sus movimientos, su forma de hablar, sus expresiones. Supo desde un principio, desde el momento en que conoció a Héctor, que enamorarse de un profesor tenía que interferir en los estudios, de mayor o menor manera.
Los padres de Julia habían vivido toda una vida juntos. Cuando la gente los conocía, podía ver el amor que había entre ellos, y que esa chispa de magia e ilusión seguía intacta desde la primera vez que se vieron. Nunca, durante los sesenta y ocho años de matrimonio, hasta la muerte de él, Julia les vio discutir. Habían sido todo un ejemplo para ella, y cada vez que pensaba en su futuro, con apenas dieciséis años, Julia sabía que quería algo como lo que ellos tenían .
Lo que más le gustaba en la vida, eran las sensaciones que provocaba en ella el estar viva. Sentía todas las mañanas al despertar el calor de sus sábanas sobre la piel, el olor de su pelo tras una ducha tibia, y cada una de esas pequeñas cosas, le alegraban el día. Todas las personas que se cruzaron en su vida jamás llegaron a conocer a nadie que disfrutase tanto con semejantes tonterías.
Por eso, a su alrededor había un aura mágica. No era la chica más atractiva del mundo, era una más. Su cuerpo apenas se estaba desarrollando, sus pechos apenas sobresalían del resto del cuerpo. Sus labios eran delgados, siempre resecos, y el olor que desprendía, a azúcar, sobresalía entre todas las cosas. A la gente le gustaba estar a su alrededor porque desprendía paz.
Era como un punto blanco y luminoso en un lienzo negro. Al mirarla a los ojos, se veía que estaba muy por encima de los asuntos mortales. Parecía estar siempre distante, alejada del resto del universo, dos palmos sobre el suelo. La gente lo notaba, y les gustaba, pero les hacía sentirse incómodos. A nadie le gusta estar con gente que con solo verla notes tu propia imperfección.
La primera vez que vio a Héctor, sintió violentamente como algo se hacía hueco dentro de ella. Era algo completamente nuevo, único, y Julia suspiró. Podía tener a cualquier chico que quisiese, al más guapo, al más simpático, al chico deportista e inteligente, al que tenía claras las cosas. Pero sus ojos se posaban en su profesor de literatura. En aquel hombre turbio, de barba de tres días, que desprendía el vicio por cada uno de sus poros.
Al llegar a casa, Julia entró muy rápido en su habitación y se encerró. Se cambió de ropa, y se tumbó en la cama. Quería creer que Héctor estaría en su casa igual, pensando en ella, tumbado, suspirando. Que todo su mundo había temblado al conocerla, y que ambos, en otro mundo en el que se conocían de siempre, estaban juntos.
Pensó en que igual él era el hombre con quien perder la virginidad. Ese caballero de blanca armadura, un hombre noble, el príncipe de los cuentos. Alguien de verdad, que la veía como algo más que un objeto para satisfacer su placer, alguien que la valoraba. Julia creía sentir el calor de su profesor sobre su cuerpo, desnudándola lentamente. Que sus labios rozaban su piel, incluso podía ver su frío aliento recorriendo cada centímetro de su cuerpo.
Se despertó empapada de sudor. Con mucho calor en el cuerpo. La respiración agitada, el pelo revuelto. Llevaba dormida más de dos horas, parecía que apenas habían pasado unos minutos. Sus padres no estaban en casa, solo ella, con sus sueños adolescentes y miles de emociones y hormonas recorriendo su virginal cuerpo impoluto.
Julia vivía en un mundo distinto, puro y tranquilo. Y Héctor, era la corrupción, el caos.
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