15 de febrero de 2011

La complejidad de la ecuación

Hacerse mayor es una mierda. Una auténtica mierda. Y sí, todos recordamos nuestra infancia como algo perfecto, y mágico, y nos acordamos de ella como la época dorada de nuestra vida.

Pero si hacernos mayor es una mierda, quedarse atascado en un recuerdo distorsionado de la realidad es aún peor. Ni ahora estamos tan mal, ni entonces estuvimos tan bien. Sí, las cosas eran más fáciles, todo parecía nuevo, y todavía conservábamos esa magia detrás de los ojos. Y sí, las cosas se solucionaban con un simple juego en el que todos los niños se reunían, jugaban, reían. Pero siempre, aunque controlásemos cada uno de los detalles que convierten ese período en una etapa buena, siempre, volveríamos atrás para cambiar algo.

Te quiero. Te odio. Te necesito. Lárgate. Eres lo peor. Vuelve. Y muchas otras más. Los juegos, se van convirtiendo en eso. La magia, queda disuelta completamente por la realidad, y lo que queda son dudas y frases como esas, que convierten tu cabeza en un maldito laberinto.

Y si, le quiero. Pero le odio. Necesito estar con él, pero también romperle la cabeza. Y me hace vivir en este estado de confusión, donde reina el dolor de cabeza sobre todo mi cuerpo. Y entonces comprendo.

No, la infancia es solo una ilusión. Una ilusión horrible, normal, frustrada, que se convierte en nuestro estándar de perfección, los malos recuerdos se borran, y queda una burbuja perfectamente redonda, un espejo al que siempre miraremos, mientras comparamos nuestro momento actual, nuestra horrible situación.

Y comprendo, que sí, que no es más que eso. Una ilusión

Me doy cuenta, de que, estoy dejando pasar demasiadas cosas por algo que no tiene más importancia que la que yo le estoy dando. Que estoy a punto de perder cosas, cosas a las que nunca he prestado atención, a las que no he hecho caso, por estar fijado, obsesionado... Y se me escapan de las manos.

Por eso, comprendo que el recuerdo que tenemos grabado en nuestra mente de cuando éramos niños, es eso una ilusión. Y que no hay nada mejor que crecer, que afrontar esos problemas. Que madurar. Los cuentos acaban, y los recuerdas durante un tiempo, hasta encontrar uno más divertido, uno más bonito... Pero las historias, las buenas historias, permanecen ahí, inalterables.

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