19 de febrero de 2011

Después no hay nada

Y ya es sábado. Otra vez. Se acaba el ciclo semanal por un instante. Y aprovechando el tiempo libre, muchos de nosotros, los jóvenes, aprovechamos para pensar. Con muchos quiero decir todos aquellos que a estas horas no están alcoholizándose  debajo de un puente (que se ve que es la última moda, por lo visto) Así que, todos aquellos, con dos dedos de frente, escogen estos momentos de tiempo libre para pensar en lo que vendrá.
¿Qué voy a hacer? ¿A qué me voy a dedicar? ¿Quién soy? ¿Cómo será la madre de Cómo conocí a vuestra madre? ¿Y si yo quería que Robin acabase con Ted?

Son preguntas complicadas, que todos en algún momento nos hacemos, y que según las vamos pensando, son cada vez más peliagudas. Sobretodo las de 'Cómo conocí a vuestra madre'. Y ahora en serio, está claro que lo que hagamos hoy, va a repercutir en cómo acabemos mañana, y que si no invertimos ahora todo nuestro potencial, lo estamos desperdiciando. Sin embargo, el cóctel molotov de hormonas, rebeldía e inseguridades que llevamos dentro, nublan por completo nuestro sentido común, y nos impide elegir bien. Así que, la elección, que en un principio es nuestra, se va volviendo cada vez más y más complicada.

Uno de los principales problemas que puedo ver en la gente joven de hoy en día (a pesar de que lo quiera vender así, estoy bastante lejos de ser uno de ellos, por suerte) es la incapacidad de tan siquiera detenerse a reflexionar lo que nos espera mañana. Están convencidos de que no existe un futuro más allá del que les espera al día siguiente, y 'pueden' permitirse no pensar en las consecuencias de sus actos. No entra la posibilidad de pararse en medio de las fiestas y el alcohol, y preguntarse '¿Es ésto lo que quiero? ¿Una noche de drogas, una mañana de resaca?'  La música lleva el ritmo de la bebida, y, por desgracia, la música es cada vez más rápida.

Pero, después de días, semanas, meses y años, se despiertan, después de esa última noche de juerga, y se encuentran que, los que habían empezado con ellos, los que eran sus iguales, están a años luz. Julia está estudiando ingeniería, a Luis le queda poco para terminar su carrera, Ernesto está a punto de conseguir su primer millón gracias a sus inversiones, y Claudia, después de pasarse todo el día trabajando en la empresa que montó de cero y que le da grandes beneficios, regresa a casa con su marido y sus dos preciosos hijos. Y la resaca, el olor a alcohol y la música estridente, no son nada comparado con comprobar que cada uno de los pasos que das está abocado al fracaso.

Somos demasiado jóvenes como para tomar estas decisiones. Hace tan solo unos años estábamos en el colegio, jugando al pilla pilla con nuestros amigos, y ahora, tenemos que decidir lo que queremos hacer el resto de nuestras vidas. El vértigo es comprensible, es un abismo insalvable, en muy poco tiempo. Apenas somos bebés grandes que beben, fuman y que buscan parecer mayores de lo que son. Que ocultan sus inseguridades a través de todas esas cosas que se suponen que debemos hacer.

Nos educan en las matemáticas. En la biología, en los fenómenos naturales, en la geografía, en la literatura. Nos educan en las cosas que consideran importantes, pero nunca en las más básicas. Sin embargo, no nos enseñan lo más importante. No nos enseñan a tener responsabilidades, a aprender a hacer elecciones, a tomar decisiones sin arrepentirnos de ellas, a ser nosotros mismos. Somos analfabetos emocionales, porque no nos han enseñado, y ser autodidactas significa tener un alto tanto por ciento de fracaso.

Y de pronto, crecemos, sin esa educación, con alguna que otra lección aprendida, pero sin sabernos el libro de texto de la madurez. Y nos ponen a prueba. 'Hoy, tienes que decidir lo que quieres ser. Nos importa una mierda lo que decidas, es tu problema. Si te equivocas en tu decisión, probablemente acabes en un empleo que odies durante toda tu vida, o muriéndote de hambre, y haciéndoselo pasar mal a los que te rodean. Mírate, eres un crío, te cuesta decidir lo que te vas a poner para venir a estudiar, piensas en qué te tienes que poner para que no te critiquen, para que digan lo bien que estás, para esconderte detrás de una fachada de poliéster y algodón, ¿cómo vas a decidir lo que vas a ser para siempre?'

Y entonces, la opción más agradable, la opción que menos presiones tiene, es la anterior. Las fiestas, el alcohol, la música a todo volumen, el sexo, y todo lo que se utiliza para desvanecerse, para desvanecer esas ideas, esas presiones a las que nos someten. Es lo más fácil. Actuar sin pensar, sin pensar las consecuencias de una noche llena de desfases. Porque después de ésta noche, después de las borracheras, las juergas, el ruido, el humo, y las noches insomnes, después... no hay nada.

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